Una infancia sin otros niños; la generación criada en cuarentena.
No nos hemos puesto a pensar cual es el efecto a largo de que nuestros hijos no puedan asistir a fiestas infantiles o reuniones con otros pequeños. El COVID 19 ha afectado de manera radical esta parte de los niños.
Los niños de hoy están aprendiendo lo que es la distancia social para no contagiarse, saben que salir a la calle y encontrarse con otras personas es un riesgo de infección, por lo que los niños de hoy viven en una burbuja especial, una donde no hay otros niños.
Ahora que los niños siguen sin ir a clases o actividades especiales, los padres empiezan a preocuparse por las habilidades sociales de sus hijos, que, aunque es pronto para saber si habrá un efecto negativo en ellos, han salido estudios que proponen que no será afectada de ningún modo su habilidad para relacionarse, ya que, en la edad temprana, las relaciones más importantes se dan con los padres.
Aun así, un número creciente de estudios resaltan el valor de la interacción social para el desarrollo del cerebro. Las investigaciones demuestran que las redes neuronales que influyen en el desarrollo del lenguaje y una capacidad cognitiva más amplia se construyen a través del intercambio verbal y físico, desde compartir una pelota hasta el intercambio de sonidos y frases sencillas.
También se ha hecho notal el tema de los electrónicos, la tecnología presenta tanto oportunidades como riesgos durante la pandemia. Por un lado, les permite a los niños participar en juegos virtuales por Zoom o FaceTime con los abuelos, amigos de la familia u otros niños, pero también puede distraer a los padres que revisan sus teléfonos constantemente hasta el punto de que el dispositivo interrumpe la inmediatez y la efectividad del dueto conversacional, un concepto conocido como “tecnoferencia”.
John Hagen, profesor emérito de psicología de la Universidad de Míchigan, dijo que le preocuparía más el efecto de los cierres en los niños pequeños, “si esto durara años y no meses”.
“Creo que no estamos lidiando con nada que provoque dificultades permanentes o a largo plazo”, dijo.
Hirsh-Pasek describió el entorno actual como una especie de “huracán social” con dos grandes riesgos: los bebés y los niños pequeños no interactúan entre sí y, al mismo tiempo, reciben señales de sus padres de que otras personas pueden ser un peligro.
“No estamos hechos para dejar de ver a los otros niños que caminan por la calle”, dijo.
“Ver a tu hijo jugando solo en un parque de juegos es sumamente triste”, añadió. “¿Qué consecuencias tendrá esto en nuestros niños?”.
El surgimiento de pequeñas burbujas vecinas, o los casos de dos o tres familias que se unen en burbujas compartidas, ha ayudado a contrarrestar las inquietudes de algunos padres. Sin embargo, las medidas nuevas y estrictas en algunos estados han interrumpido esos esfuerzos, pues han cerrado los parques infantiles en la ola más reciente de COVID-19 y se les ha advertido a los hogares que eviten la socialización con gente externa a sus propias familias.
Los expertos en desarrollo infantil afirmaron que sería útil comenzar a investigar a esta generación de niños para aprender más sobre los efectos del aislamiento relativo.
Una complicación puede ser cómo el aislamiento que sienten los padres hace que estén menos conectados con sus hijos.
“Tratan de manejar el trabajo y la familia en el mismo ambiente”, dijo Volling. Los problemas se multiplican, añadió, cuando los padres se vuelven “hostiles o deprimidos y no pueden responder a sus hijos, y se irritan y se quiebran”.
Con ese fin, lo que más necesitan en este momento los bebés, los niños pequeños y otros niños que crecen en la era del COVID es una interacción estable, amorosa y atenta con sus padres, concluyó Volling.
“Estos niños no carecen de interacción social”, dijo, al señalar que reciben la interacción “más importante” que es la de sus padres.